Los barquillos, el juego del clavo, la barquillera, .... tradición, cultura y oficio. Todo aunado en una sola persona, el barquillero, el cual aparecía por una esquina, y al grito de: !Al rico barquillo.....! a modo de llamada, atraia a la chiquilleria.. Olor a canela, a limón, soniquete del crac, crac continuado de la ruleta, ojillos de ilusión, sonrisas de alegria al haber ganado unos cuantos barquillos....
Parece ser que el origen de los
barquillos se puede encontrar directamente a principios del
cristianismo, y que derivan directamente del pan divino (pan de ángel) y
que se repartía a los fieles en las iglesias. Desde entonces su
composición ha ido evolucionando ligeramente.
El
barquillo, en su definición, es una hoja delgada de pasta de harina sin
levadura, azúcar y alguna esencia, a la que se da forma convexa de
canuto.
La primera documentación que se tiene del proceso
de elaboración de los barquillos se remonta a los s. IX y
XII en los monasterios. Más tarde se empezaron a fabricar por los
panaderos hasta que aparece el especialista barquillero u obleero.
En los monasterios, copiaban
las recetas, las realizaban y modificaban en sus talleres, siendo uno de
estos barquillos, tomado y elaborado, para ser degustado por estas
congregaciones, y posteriormente vendida al público. Es por eso que los
religiosos han legado a la pastelería una gran cantidad de elaboraciones
que han llegado a nuestros días.
La metamorfosis para convertirse de elemento de devoción, a convertirse en dulce y postre, es en causa, con toda seguridad, debido a que las congregaciones religiosas, eran gourmet refinados. En la Edad Media se vendían por la calle y su consumo estaba muy extendido.
En Zaragoza, Madrid, en innumerables
ciudades, han aparecido historias y personajes ligados al barquillo, por
ejemplo en Madrid, es típica la figura del barquillero, y es costumbre
verlos en ocasiones y fiestas señaladas.
Se
han encontrado utensilios de fabricar barquillos, que datan del año
1440, y que llevan grabados los escudos heráldicos de la casa real de
Aragón, y que posiblemente estos utensilios y su dueño barquillero,
pertenecieran a Juan II de Navarra y Aragón, y que el objetivo de la
decoración heráldica de estos utensilios, no era otra que mostrar la
supremacía y poder la corona y del rey de Aragón.
Es
también costumbre, servir barquillos en Navidad, en Cataluña. Ya en el
año 1168, el obispo de Lleida, ordenó que fuesen servidos a cada uno de
sus familiares seis barquillos a mediodía y cuatro al cenar, por su
parte el obispo de Urgell, dictó un bando donde indicaba, que a los
religiosos se sirvieran veinte barquillos en vez de turrones.
De
todas formas, los barquillos han pasado a la historia, como postres
exquisitos, y empezaron a formar parte de los banquetes más importantes,
o bien en recepciones, se tiene conocimiento, ya en tiempos de la
Grecia clásica, de datos acerca de estos productos, pero no se
comenzaron a perfeccionar, hasta ya en el año 1344, de manos de Pedro El Ceremonioso y en adelante, seguirían siendo utilizados por la mayoría
de reyes y gobernantes Españoles en sus actos.
La
tradición del gasto de barquillos en el Occidente Europeo, es larga.
Las noticias sobre ellos en el mundo medieval son abundantes. Los
barquillos eran sumamente populares, y se comían en la mayoría de las
mesas de los reyes, en las de los grandes señores, en la de los
burgueses, y también se vendían por las calles. Un ejemplo de ellos, es un convite de Jaime I, donde esta documentado que se sirvieron barquillos con miel.
Su elaboración artesanal no era fácil,
primero se tenía que mezclar la manteca con el azúcar, luego añadir la
harina. En un perol grande se iba mezclando todo junto con la leche, los
huevos, la vainilla, la canela. Se utilizaba para mezclar un trozo de
remo de barca y se tenía que conseguir una pasta muy fina. Se dejaba
reposar dos horas y se cocía con tres juegos de platos aguantados con
una estructura de hierro, antes de que se enfriara la hoja de pasta con
un palito se enrollaba la pasta formando un canuto.
El nombre de barquillo procede del hecho en que originalmente se
calentaba la pasta en moldes que tenían una forma convexa o de barco.
El oficio de barquillero fue una actividad
ambulante, dentro del gremio de la repostería, que favorecía el
sostenimiento económico de las familias. Los barquillos se fabricaban durante gran parte del año en las especialidades de barquillo y galleta.
Los
barquilleros salían a la venta cargados con el bombo (barquillera)
sobre sus espaldas, se posicionaban en los puntos de mayor afluencia
donde se encontraban los ciudadanos de paseo, de fiesta, en ferias o
romerías, y hacían sonar la carraca de la ruleta para llamar la atención
de niños y mayores a saborear el rico barquillo. También se vendían
barquillos en forma de abanico, portados en bandeja, en la estación del
tren a la llegada del correo, para los señores pasajeros, sirviéndolos
por la ventanilla.
Elaboración de los barquillos artesanales
La
elaboración de los barquillos era obra del propio barquillero, en
algunos casos ayudado por su mujer o por los hijos, y eran preparados
inmediatamente antes de salir a venderlos para que se mantuvieran
crujientes.
El
barquillo se hacía a partir de la oblea, fina lámina de pasta
crujiente. Sus principales ingredientes: harina de trigo sin levadura
(partiendo en algunas ocasiones de la compra del grano, para garantizar
la calidad de la misma), azúcar, agua, aceite y en algunos casos un poco de canela. Se
realizaba la mezcla en una caldereta donde se ponía la harina y se iban
añadiendo el resto de ingredientes revolviendo hasta conseguir una
lechada homogénea, sin grumos, que se pasaba a una cafetera para
dosificar la cantidad que es necesario para su tostado en las planchas.
Previamente
se había preparado el hornillo, cajón realizado con ladrillos
refractarios, el cual se atizaba con carbón de cok y en su parte
superior se colocaba la parrilla que servía de soporte a las planchas de
hierro donde se tostaba la masa. Se despegaba esta con cuidado dándole a
continuación la forma deseada cuando aún estaba caliente, pues era
entonces dúctil, porque cuando se enfriaba se volvía rígida y
quebradiza. Así se realizaban los cucuruchos, enrollando la oblea en un
molde de madera de forma cónica y se giraba sobre él con un pequeño
rodillo. Las obleas podían ser dobladas (abanicos) o enrolladas
(canutillos). Las galletas juntando 20 obleas se cortaban con un
serrucho fino de carpintero.
Para darles un sabor más dulce, una vez tostados se rociaban con agua azucarada o miel en almíbar.
Las
planchas son dos placas de hierro circulares de unos 22 cm . de
diámetro y unos 2,5 cm . de espesor, cuyas caras internas tienen un
relieve en forma de retícula, con dos largos mangos para evitar quemarse
en su manipulación, y en el mismo eje que estos y en el extremo opuesto
tienen una bisagra que cierra las planchas sobre sí mismas. La presión
que ejercen las planchas hace que la oblea sea muy delgada. Para tostar
las obleas se daba vuelta las planchas para que estas conservaran el
mismo calor.
La barquillera
También se la conocía con el nombre de bombo. Era el recipiente para la
conservación, transporte y venta de los barquillos. Su cabida es de 5 a 6
kilos. Se compone de un recipiente cilíndrico metálico, pintado
normalmente de color rojo brillante con algún dibujo o con el nombre del
barquillero, y con dos tiras de cuero para transportarlo a la espalda.
En su tapa superior, que sirve de cierre hermético, tiene en el centro
el mecanismo de una ruleta que se acciona dando un impulso con la mano a
uno de sus pomos dorados que la hace girar y rozar su lengüeta
flexible, elaborada partiendo del cuerno de una vaca, con un aro
concéntrico sujetado por clavillos verticales que salen de la tapa y
crean el espacio de cada división que tiene asignado un número del 0 al
9, quedando entre ellos espacios sin numerar. El giro de la lengüeta
hacía sonar un carrasqueo que se iba silenciando hasta marcar la suerte
obtenida en la tirada.
Tiradas a la ruleta.
En
los últimos años la ruleta estaba de adorno, ya que estaba pactado el
precio del barquillo. La ruleta, como siempre, era un juego. Este tenía
varias modalidades, destacando entre ellas la apuesta con el barquillero
al número mayor o menor y la tirada a raya. Previo pago anticipado, el
cliente elegía el sentido de giro de la tirada. Se hacían tres tiradas y
se iban sumando la cifra, que era la cantidad de barquillos ganados
hasta ese momento; pero si en una de las tiradas caía en un espacio en
blanco o pintado con una raya, el cliente perdía la cifra acumulada, y
podía ser plantado antes de finalizar las tres tiradas.
Los barquilleros podian tener bombo y/o bomba. La bomba se diferencia del bombo
en que esta no tiene ruleta y los barquillos se venden a un precio
fijo.
Santos Yubero. 1935. |
Desde el s. XIX, los barquilleros atabiados con el traje de chulapo deambulan por las calles de Madrid, vociferando su posible venta: Al rico barquillo para el niño y la niña...! !Barquillos de canela y miel, que son ricos para la piel!
Cargados con una barquillera, una cesta de mimbre y en algunas ocasiones una banqueta de madera, de las de tijera. Seguia gritando las excelencias de su producto, intentando conseguir una posible clientela, en su mayoria chiquillos que se arremolinaban a su alrededor. La ruleta a su vez, daba vueltas y el sonido de su carraca era inconfundible, la chiquilleria apuesta a los distintos números. Al grito de ! No va más! Si jugando hay mas de una persona, el que saca el menor número, pagará todos los barquillos; mientras que si juega sólo una, intentará probar suerte apostando y llevandose un barquillo por tirada, previo pago, si la suerte le sonríe. Todo esto... si la carraca no caia en la casilla del clavo, habia cuatro, en cuyo caso... a la voz de ! Clavo!, se perdía todo lo ganado.... He ahí la suerte. Pero la picaresca española, hace acto de presencia, y la barquillera se truca, bien aflojando los clavos, bien desnivelandola; razón por la cual, los clientes ya no quieren jugar, prefieren comprar los barquillos por un modico precio.
Varios han sido los barquilleros madrileños: el 'Gallego', que vendía en la Plaza de Oriente, el 'Asturiano' que
caminaba por la calle Pintor Rosales, el 'Pirulo' y el 'Cacharra' en el
Retiro...y por ahí andaba también el 'Chungaleta', Félix Cañas ( si os fijais en las barquilleras, éstas llevan rotuladas su apellido)
fuente: Madrid Antiguo. |
Actualmente, en Madrid, solo existe un barquillero, Julián Cañas, descendiente directo de una familia de barquilleros castizos, de tronío. Cuarta generación; a saber, su tatarabuelo, Félix, San Antonio de la Florida; su abuelo, Francisco (1896), su padre, Félix (1931) y él, nacido en el barrio de Los Cármenes. Con tan sólo 12 años, acudía acompañado de su padre, a las distintas verbenas, con la ilusión y la esperanza de vender toda la mercancía. Regresaban de madrugada.
Retraro de Julián Cañas. Fuente: Web barquilleros de Madrid. |
Hoy en día se le puede ver, deambulando por El Rastro, el Retiro, La Catedral de la Almudena, El Palacio de Oriente,
y en las fiestas típicas de Madrid ( San Isidro, la Paloma, San
Cayetano ...) Orgullos de ser quien es, de haber recibido el legado más valioso de manos de su padre, el oficio de barquillero.
Quizás, el legado pasará a manos de sus dos hijos, Julián y Jose Luis.
De su pequeño obrador, en el Barrio de Lavapiés, salen a diario unos 500 barquillos destinados a hoteles, pastelerias.. y, como no, venta al público para deleitarnos, pues sus barquillos están realizados con sus manos, llenas de heridas, nudosas, pues enciende fuego y remueve la masa de harina de trigo, azúcar, vainilla, un chorrito de aceite y agua, nada
de colorantes ni conservantes, todo natural y para consumir en el día.
Los barquillos se elaboran de uno en uno. Un placer.
Julián Cañas. |
Tradición, orgullo, satisfacción en palabras del propio Julián:
"Historia de la familia Cañas , historia de Madrid. Yo, Julián Cañas,
soy la historia de una familia de Barquilleros castizos, que ya son
reliquia en nuestro Madrid, soy la cuarta generación. Vengo de
antepasados, mi tatarabuelo se llamaba Félix que vivía en San Antonio de
la Florida, al lado de Revertito, su padre Francisco Cañas nació en
1896, en 1908 empezó con la barquillera a ayudar a su padre, luego nació
mi padre Félix Cañas Sacristán el día 10 de julio 1931, en la calle
Valencia y bautizado en la iglesia de San Lorenzo. Mi padre tenía seis
hermanos, cuatro salían a vender barquillos y los otros dos se quedaban a
hacer el genero con su padre.Al terminar la guerra les era muy difícil
hacer los barquillos, por falta de condimentos de azúcar y harina
fundamental por ser parte de lo que ellos llevan. Después de pasados
unos años se volvió a vender y salir a la calle vestidos con el traje típico madrileño, con su buen hacer se han ganado el cariño del público y
sobre todo de los madrileños. Mi padre se casó con Mercedes y tuvieron
diez hijos, yo soy el séptimo, y desde los catorce años mi padre me
enseñó todo el secreto de la artesanía del cubanito, parisien, oblea
(galleta), corto y cono. En la actualidad, salgo a vender a sitios
típicos y castizos como: El Rastro, el Retiro, La Catedral de la
Almudena, El Palacio de Oriente, y en las fiestas típicas de Madrid (San
Isidro, la Paloma, San Cayetano ...). Mi padre ya fallecido, me dejó
una gran herencia, un oficio típico, el orgullo de ser de Madrid, y esto
se le legaré a mis hijos Julián y José Luis, que en la actualidad ya
empiezan a ayudarme a mantener la tradición familiar y cultural. Somos
la única familia dedicada a la tradición del barquillo. ¡Al rico
barquillo de canela para el nene y la nena, son de coco y valen poco,
son de menta y alimentan, de vainilla ¡que maravilla!, y de limón que
ricos, que ricos, que ricos que son! Dedicado al Chungaleta. ( mi
padre)".
Me veo con mi abuelita materna paseando por El Parque del Buen Retiro de Madrid. Los barquilleros caminan por los caminos bajo los castaños de Indias. Llevan su barquilla y la ruleta de la suerte. Por unos pocos céntimos se puede probar fortuna. Sí. Son los barquilleros de Madrid y forman parte de mi infancia. Una de esas partes castizas e inolvidables que tanto me han servido para escribir con el ritmo popular de mis letras. Y es que la infancia, cuando se vive como parte intrínseca de nuestro acervo cultural de carácter imaginista, es una fuentes de datos de primer orden para saber quiénes somos porque sabemos de dónde partimos. Hacia el futuro está lo por descubrir pero no se pueden descubrir asuntos interesantes si no hemos vivido una infancia interesante. Y los barquilleros de Madrid forman parte de ese pasado interesante que nunca jamás olvidé. Enciendo mi "silverado" de vainilla y cierro mi Diario sabiendo recordar lo que vale de verdad para ser un costumbrista a la manera de Mesonero Romanos, por ejemplo.
Me veo con mi abuelita materna paseando por El Parque del Buen Retiro de Madrid. Los barquilleros caminan por los caminos bajo los castaños de Indias. Llevan su barquilla y la ruleta de la suerte. Por unos pocos céntimos se puede probar fortuna. Sí. Son los barquilleros de Madrid y forman parte de mi infancia. Una de esas partes castizas e inolvidables que tanto me han servido para escribir con el ritmo popular de mis letras. Y es que la infancia, cuando se vive como parte intrínseca de nuestro acervo cultural de carácter imaginista, es una fuentes de datos de primer orden para saber quiénes somos porque sabemos de dónde partimos. Hacia el futuro está lo por descubrir pero no se pueden descubrir asuntos interesantes si no hemos vivido una infancia interesante. Y los barquilleros de Madrid forman parte de ese pasado interesante que nunca jamás olvidé. Enciendo mi "silverado" de vainilla y cierro mi Diario sabiendo recordar lo que vale de verdad para ser un costumbrista a la manera de Mesonero Romanos, por ejemplo.
Como algo grabado en mi memoria, a modo de dulce recuerdo, una fábrica de barquillos en la C/ del Doctor Esquerdo, ya desaparecida, casi llegando a la Pza de Manuel Becerra; donde mi abuela nos compraba de vez en cuando uno. Todavía me huele a canela y a miel....
La
actividad del barquillero esta destinada a desaparecer como todas
aquellas ventas ambulantes de productos tradicionales con un costoso
coste de elaboración y un bajo precio de venta. El no ser una profesión
viable no tiene porque ser motivo para desaparecer estas artesanas
tradiciones y quedarse este producto solo en fabricación industrial sin
darnos la posibilidad de poder contemplar la figura del barquillero
haciendo felices a niños y mayores con el giro de la ruleta que nos dará
de premio los ricos barquillos.
MADRID VERBENA DE LA PALOMA BARQUILLEROS de Jose Javier Martin Espartosa.Frirck |
Ojalá esto sirva, para mantener la tradición y sigamos oyendo esa voz....
¡Al
rico barquillo de canela para el nene y la nena, son coco y valen poco,
son de menta y alimentan, de vainilla ¡que maravilla!, y de limón que
ricos, que ricos , que ricos que son!
Dedicado al Chungaleta (Félix Cañas)
2 comentarios:
Enhorabuena Gata por tu artículo
Como siempre documentado elaborado interesante apasionado y emotivo
Sigue así !
Espero entusiasmado tu próximo Suspiro por Madrid
Un beso enorme
Alejandro García Berlanga
Muchisimas gracias!!!! es un enorme placer que suspireis conmigo!!! Mil bs!!
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