jueves, 29 de agosto de 2013

PASCUAL MIRALLES Y LA FOTOGRAFÍA MINUTERA: RETRATO EN EXTINCIÓN.

PASCUAL MIRALLES Y LA FOTOGRAFÍA MINUTERA: EL RETRATO EN EXTINCIÓN.

 

Cuando hablamos de personajes pintorescos de Madrid, a todos nos viene a la mente, el organillero, la castañera, el sereno, el farolero..., personajes que formaban parte del paisaje madrileño; sin embargo, pocos recuerdan a aquellos fotógrafos ambulantes, que plasmando la realidad de toda una época y que gracias a todos ellos , hoy tenemos recuerdos de nuestros antepasados, testimonios de pueblos y ciudades. Desde aquí, un merecido homenaje a todos ellos y en especial a Pascual Miralles, el último fotógrafo minutero de Madrid.

 


 

La fotografía minutera es un oficio tradicional, que durante finales del s. XIX y principios del XX, sirvió para que las gentes pudieran tener un retrato en pocos minutos y a un precio asequible.
Este tipo de fotografía, que proporcionaba la imagen en papel casi al instante, nació porque la fotografía no estaba al alcance de cualquiera. En estos últimos años, la técnica de obtener una imagen a través de la luz se ha vuelto algo muy cotidiano, cualquiera puede hacer una foto, ya sea con su cámara, móvil o tablet.

Esto tan cómodo y fácil para todos nosotros hoy en día, a comienzos del siglo XX era algo que solo se podían permitir unos pocos, los que tenían dinero accedían a un estudio fotográfico y quedaban inmortalizados,sin embargo, para que todo el mundo tuviera acceso a la fotografía nacieron los fotógrafos minuteros.








Eran fotógrafos ambulantes, que de pueblo en pueblo, llegaban a las localidades más apartadas. Desafiando las inclemencias ambientales, retrataban al aire libre y las fotos eran sencillas, en blanco y negro, sin técnica, ni pretensiones artísticas, pero con un dominio fundamental sólo adquirido a través del tiempo: la luz, la luz ambiental. En contraposición, seguían un ritual digno de admiración: caracterizaban a los modelos con gorros y sombreros, la postura debía ser la correcta e inmóvil durante varios segundos, además de unas cuantas dotes de maestría, intuición y oficio. La foto se entregaba revelada, fijada y lavada. 





Sobre esta profesión hay muy poca información y pocos fondos de fotografías, siendo los álbumes familiares los que se han convertido en archivos, a pequeña escala, de estos singulares retratos. Por no haber, no hay ni un sitio exacto de donde nació la profesión, aunque se sospecha que fue en la Península Ibérica.

El revelado rápido se inicia en ferias, fiestas y mercados con la máquina L´Electra (s. XIX), para continuar con la máquina Berlinesa Cannon, que realizaba retratos en forma de medallón sobre ferrotipo (también conocido como tintype. El nombre de "tintype" se refiere a los cortes de hojalata usados para cortar las hojas, también se refiere al metal barato, todo los que no es plata. Es una imagen producida con una hoja metálica delgada de hierro, un negativo bajo expuesto que aparece como una imagen positiva cuando se coloca sobre una fondo obscuro. Los ferrotipos fueron un paso mayor a los negativos de vidrio sobre plata, los cuales, son frágiles y más tardados en producir). 

L´Electra es más antigua a la vez que más económica en su realización,  consta de un juego de lentes con su correspondiente diafragma y si es posible con el sistema de obturación (disparador), aunque también se puede utilizar sin éste ya que  como las tomas son casi siempre mayores a 1/25 de segundo se puede  usar una tapa delante de los lentes como hacían los fotografos del siglo XIX.

El enfoque se realiza desde el interior del cajón deslizando el portaplacas que en este caso está en el centro de una placa divisoria que se desliza hacia atrás y hacia adelante por medio de 4 varillas guiasque impiden que pierda su paralelismo con la lente frontal, se puede agregar una 5ª varilla que sale hacia atras y sirve para hacer deslizar el panel de enfoque.  

 


















La berlina Cannon es una cámara 10 x 15 ó 9 x 12 adosada al cajón laboratorio le ha retirado el sistema para la película y se ha reemplazado por un marco con un vidrio esmerilado que sirve para el enfoque y como portaplaca,  en este caso un papel fotográfico que se desliza delante del vidrio.




En 1913 aparecen anuncios de la máquina Mandel en las revistas ilustradas y en periódicos de la época. Consistía en una maquina fotográfica que en un minuto realizaba retratos sin placas negativas, ni películas sobre tarjetas postales. Esta máquina es el "alma mater", la compañera inseparable de los "minuteros".





Consistía en una cámara oscura de gran tamaño con un objetivo que en su interior contenía los recipientes para el revelador y fijador, un laboratorio en blanco y negro donde se obtenía un negativo sobre papel que volvía a ser fotografiado  para conseguir el positivo; otras veces, el cajón era la misma cámara.


Pronto fueron aceptadas y se hicieron populares pues eran prácticas, fáciles de transportar y de usar, contribuyendo a la propagación de la profesión. Muchos copiaron el sistema, construyéndose sus propias máquinas de forma artesanal y adaptadas según voluntad o necesidades del fotógrafo. Muchas no tenían obturador, por lo que el tiempo de exposición se controlaba con la práctica.




Rafael Garriga, un empresario barcelonés, fabrica productos dirigidos a este tipo de fotografía, como postales, reveladores, secantes y marcos. También publica un libro titulado Manual del minutero en el que se describe la cámara y se dan consejos para su buena utilización. Hubo también empresas barcelonesas que fabricaron cámaras `al minuto´ como Caldes Arús, Mampel y Carceller.



Garriga, en su manual, describe la cámara fabricada en Barcelona por V. Caldes Arús en la década de 1920:  Era una caja de madera barnizada por fuera y ennegrecida por dentro, de 24 x 24 x 24 cm. Tenía al frente unas guías para el desplazamiento del fuelle y el objetivo. En el interior había dos cubetas para el revelador y fijador y también un vidrio esmerilado en un chasis para enfocar y colocar la postal en la posición adecuada y en el plano debido. Ese chasis podía girar 90 grados en sentido vertical u horizontal. En la cara de la derecha tenía un almacén para 100 postales y en la otra cara una ventanilla con un vidrio rojo para controlar el revelado. Pesaba cuatro kilogramos e iba siempre sobre un trípode. Llevaba también un brazo articulado para reproducir la postal negativa, un pequeño visor para observar el proceso de revelado y el manguito, que evitaba que entrara luz por el agujero por donde enfocaba y manipulaba la tarjeta postal en el interior de la cámara.


Las máquinas se podían abrir por la parte superior o trasera con ayuda de bisagras para introducir los líquidos en las cubetas, colocar las postales y limpiar la cámara.
















El tamaño tarjeta postal era el papel utilizado habitualmente. Medía 13’7 x 8´8 cm pero era frecuente, sobre todo en la posguerra, hacer las copias en tamaño media tarjeta, 7 x 9 cm, incluso de un cuarto de tarjeta. Debían tener gran sensibilidad, también gran latitud (que las variaciones de exposición no influyera mucho en el resultado), que no amarillearan (el minutero debía trabajar a temperatura ambiente y en invierno tenía los líquidos a temperaturas muy bajas) y,  además,  la gelatina de la postal debía resistir los efectos del calor.




No tenían cubeta para agua en su interior, por lo que había  que escurrir bien las postales después de revelarlas, antes de pasar al fijador, para no alterar la eficacia de éste. Luego había que lavarlas en un cubo o recipiente que colgaba del trípode. Las fotografías, en general, no se lavaban bien, por lo que con frecuencia, pasado el tiempo, salían manchas y velos amarillos (todos tenemos alguna que otra foto de este color "sepia") Algunos fotógrafos presentaban sus retratos con enmascaramientos: un corazón que incluía a los retratados; en forma de óvalo o formas geométricas a modo de cenefa. Otros fotógrafos enmarcaban sus fotografías con unos marquitos de papel preparados y comercializados para la fotografía minutera.




Los que trabajaban en fiestas y ferias, usaban decorados pintados  como fondo de la fotografía. Eran telones enrollables que se fijaban a una estructura desmontable. Los había de monumentos famosos (la torre Eiffel, las pirámides de Egipto, La Alhambra, ....) o de monumentos más locales (el casino de San Sebastián , el Puente Colgante de Portugalete, ...), telones  con palacios y jardines idílicos; con aviones ; con barcos trasatlánticos, cañoneros y veleros; con el Plus Ultra rememorando la exitosa travesía transoceánica; con combates navales y aéreos en los años de la Segunda Guerra Mundial así como con personajes pintados con trajes típicos (toreros o bailaores), a los que dejaban un hueco en la cara o les faltaba la cabeza para que el cliente introdujera la suya.









Estos telones se confeccionaban de forma artesanal, aunque también hubo empresas que los comercializaron, como los fondos fotográficos Radiator, de la empresa Jordi & Imbert, de Barcelona.  Los había con un motivo distinto pintado en cada lado, otros que llevaban más de un decorado y que los montaban uno junto al otro.

También se atraía a la clientela  y sobre todo a los niños, con un caballito de cartón-piedra y lo complementaban con vestidos de flamenca, ponchos, chalecos, sombreros charros o vaqueros, pistolas, rifles, etc.


Se colocaban en un lugar visible con su bata, junto a su gran cámara de madera sobre trípode. Las parejas de novios, los quintos de la mili, las niñeras, y el público en general observaban los retratos que, a modo de escaparate, colgaban a los lados de la máquina. Las maniobras y trajín del fotógrafo, que, como a escondidas, con el brazo introducido por el manguito negro, sacaba de la nada, como por arte de magia, el retrato, se seguía con curiosidad y admiración.




















Colocaban la cámara en un lugar adecuado para la luz, esta posición se variaba según avanzaba el día por la posición del sol. El fotógrafo colocaba al cliente, siempre era una distancia prefijada con respecto a la cámara, junto al telón pintado. A veces, previamente, se les ofrecía un peine para arreglarse el pelo ante un espejo que algunas máquinas llevaban pegado o adosado a un lado.




Una vez situado el cliente, el fotógrafo lo enfocaba mirando a través del cristal esmerilado colocado ante el objetivo. Ponía una postal sin sensibilizar detrás del cristal y a continuación le requería su atención y exigía quietud absoluta. Era frecuente  oírles decir ¡Mire al pajarito!, ¡Mire aquí, que va a salir un pajarito! .... Quitaba la tapa al objetivo y contaba mentalmente el tiempo calculado para captar la imagen, según las condiciones de luz del momento.



Iniciaba el proceso de revelado introduciendo por el manguito la mano en el cajón y realizando, con los tiempos conocidos por la experiencia, los pasos de revelado y fijado necesarios para la obtención de un negativo. Vigilaba por la mirilla la aparición de la imagen latente en la postal y una vez introducida al fijador, podía sacarla de la cámara y lavarla en el agua que siempre portaba en un cubo. Había conseguido un retrato en negativo.



Sólo quedaba lograr el positivo, el retrato que entregaría al cliente. Para ello alargaba el brazo extensible delante del objetivo, donde colocaba la postal en negativo a la que sacaba una fotografía. Tras repetir el proceso  de revelado y fijado conseguía el retrato en positivo. Lavaba la copia y la secaba con un trapo. Esta era entregada al cliente, todavía húmeda, por lo que era frecuente que las huellas de los dedos quedaran de forma permanente si no se tenía cuidado.

Normalmente las copias se vendían de dos en dos. Eran fotografías de una calidad inferior a la de los estudios, con una menor trasmisión de grises y menor definición. No podían captar el movimiento porque la exposición era de varios segundos por lo que esa quietud obligada de los retratados quedaba reflejada en un rictus algo forzado o, cuando menos, expectante.


Un detalle curioso y característico en los fotógrafos minuteros era la coloración marrón de sus dedos que se producía por la manipulación de los líquidos y su exposición a la luz solar.


En Madrid, existen referencias bibliográficas de fotógrafos ambulantes en el Parque del Retiro y en el barrio de Malasaña. 

Desde el año 2000, contamos con Pascual Miralles, el fotógrafo minutero de Madrid. Fotógrafo desde 1982, después de veinte años de fotógrafo convencional, galería, comercio, fotografía aérea, sociales, etc,  pasa a dedicarse a la fotografía minutero. Nos lo podemos encontrar con su cámara en la Plaza Mayor o en la Plaza de Oriente, con lluvia, viento, nieve o sol... El modelo de cámara que tiene actualmente es el cuarto que se construye él mismo, realiza las fotos en tres tamaños; sólo necesita diez minutos para la toma, revelado del negativo y reproducción y revelado del positivo.



Desde hace aproximadamente un tiempo, Pascual Miralles, el fotógrafo minutero de Madrid, no puede realizar su trabajo como a él le gustaría. La ordenanza Municipal no permite “ningún tipo de soporte de instalación” en la vía pública. A lo largo de este tiempo, ha sido más o menos respetado por las autoridades. El fotógrafo afirma que solían pedirle que recogiera su cámara, con la asiduidad de una o dos veces al mes. Esta situación ha empeorado recientemente. Ha intentado legalizar su profesión de cara a la administración y sus diez solicitudes cursadas al respecto así lo demuestran. Desgraciadamente, esta actividad no se encuentra incluida en la enumeración de actividades que se desarrollan en la vía pública, y para las que se dispone del modelo de solicitud correspondiente. Como  así le han informado en el negociado de autorizaciones.

La última gestión que ha realizado el fotógrafo, que se mueve dando "palos de ciego" en la maraña de la burocracia, es la petición de una cita con Coordinación General de Cultura y Ciudad. Existen muchas subdirecciones, coordinaciones, direcciones...que ostentan en su nomenclatura los mismos vocablos: patrimonio, cultura, artes...No ha habido suerte. La fotografía minutera ha sido recientemente declarada patrimonio inmaterial en Brasil y sin embargo aquí, deja que se pierda en el olvido.
Sirvan estas humildes palabras y un montón de buenos deseos para que Pascual Miralles y su fotografía minutera no se extingan, y sigan retratando a Madrid y a todas sus gentes.






5 comentarios:

traccionanimal dijo...

Gracias, Angeles. Soy Pascual Miralles, el fotógrafo minutero que mencionas al final.
No me gustan lo alagos gratuitos, pero no puedo evitar felicitarte por tu pluma dinámica, densa, precisa y consistente. Como nos descuidemos nos quitan las tabernas y nos ponen un Kebap... no tengo nada contra la tecnología y el progreso, pero de eso a borrar, por un capricho distraído, toda la cultura y el conocimiento anterior, me parece un disparate, sino un esperpento.
En mi caso, no espero ningún tipo de apoyo, ni ayuda; lo que necesito es que me dejen en paz.
Creo que la "fotografía minutera" es la única contribución española al lenguaje gráfico... estoy convencido, pero no tengo pruebas, porque esta fotografía, es la fotografía bastarda y está muy mal documentada. Pero a lo largo de mi periplo en las trincheras, termino encontrándome con pistas y con claves. Un cliente me asegura que su abuelo la practicaba en 1.900. Yo le interrogué, le hice la misma pregunta con diferentes enunciados en distintos momentos; no encontré ninguna fisura. Me dijo que conserva la cámara, me la describió: y conserva una colección de negativos y positivos.
Si eso fuera cierto, sería una medallita para el patrimonio material e inmaterial español. Y, estaría bien, que algún profesional antropólogo, historiador, etc.. hiciera una tesis en condiciones, le aportaría los datos que he conseguido a lo largo de estos años.
No puedo publicar lo que se, me gusta compartir, pero mi experiencia ha sido nefasta en ese territorio.
Un abrazo, Ángeles, y gracias otra vez....

JGonzalo dijo...

Genial el artículo. No puedo más que expresar la satisfacción que me ha provocado este artículo sobre esos fotógrafos de la bata y el cubo que desde niño me tuvieron cautivado. Apartando los sentimientos el artículo me ha servido para conocer, y bien a fondo, la magia que encerraban esos armatostes cargados de fotografías y marineros esperando para enviar la foto a la novia del pueblo. Gracias por este trabajo tan bien hecho

Anónimo dijo...

Desde muitos anos eu coleciono câmaras fotográficas, e já fiz mais de uma Lambe e Lambe, que é como chamamos aqui as "minuteiras". Atualmente trabalho num projeto de fotografar em eventos culturais, feiras de arte, antiguidades e artesanatos, com uma Lambe e Lambe. Tenho várias câmaras de estúdio de madeira, inclusive com fole de couro, uma delas do século XIX. Devo dizer que fiquei muito feliz com este artigo. Visitei Santiago do Chile várias vezes, e na Praças de las Armas tinham vários fotógrafos minuteiros. Tenho fotos de alguns fotógrafos de Lambe e Lambe que trabalhavam no Rio Grande do Norte, em Natal e Mossoró.

Cássia Xavier dijo...

Me encantó el texto .... gracias por compartir la historia de minuteiros y Pascual minuteiro. Como in Brasil es un intento de mantener la memoria. Gracias

Unknown dijo...

Gracias a todos vosostros por compartir conmigo todos estos momentos... Mil bs

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